
LA VIOLENCIA VERBAL DEL OFICIALISMO
Cuando una discusión pública se enardece crece la posibilidad de comparación con Hitler. Mike Godwin lo planteó con gracia hace más de 20 años, la actriz Catherine Fulop lo corroboró al referirse al gobierno de Venezuela, su país. Agravió la memoria de las víctimas del Holocausto, sin agregar un ápice de interés al debate.
Figuras más relevantes de la escena argentina derrapan de modo parecido. Mientras intentan descalificar hiperbólicamente al adversario revelan su propio rostro. Un ejemplo acabado: las diatribas contra Sinceramente, el libro de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Hasta donde sabe este cronista todavía nadie lo comparó con “Mein Kampf” pero le pasan cerca. Un escritor afamado explica que le dio náuseas, formadores de opinión adjetivan sin describir, dejando la sensación de no haberlo leído. Les asiste sobrado derecho a elegir su menú literario (unos cuantos son ayunantes vitalicios) pero las reglas del arte aconsejan abstenerse de opinar, en tal caso.
El relato de los medios in the pendiente, evita anotar todo lo que relata Cristina sobre las políticas públicas del kirchnerismo. El periodismo in the pendiente bucea rencor y venganza, de realizaciones no habla. Tampoco de los opositores al actual gobierno que sufren cárcel sin condena. Ni de Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, víctimas fatales de la guerra contra la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) que solo existió para justificar su represión letal.
La violencia verbal oficialista regala cada semana una agresión de la diputada Elisa Carrió, con alusiones a la muerte. Celebrando la de José Manuel de la Sota, refregándole a un periodista la macabra perspectiva de perder a familiares. El silencio oficial, académico, de cenáculos políticos de derecha, convalida esos exabruptos sistemáticos.
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La policía de la Ciudad Autónoma le colocó un arma en la oreja y le disparó a un militante que manifestaba ante la embajada de Venezuela. Los medios dominantes ahorraron la escena y las imágenes a su público. La violencia se delata cuando ocurre en otras comarcas, se encubre o niega en estas pampas.
“Alguien” apagó la luz en la Plaza situada frente al Palacio de Tribunales mientras se realizaba otra manifestación, esta vez para bancar al juez federal Alejo Ramos Padilla. Una trapisonda no sanguinaria en la Ciudad Autónoma que gobierna Horacio Rodríguez Larreta podría alegar usted con razón. Pero hace juego con el ejercicio de la violencia desorbitada de la fuerza de seguridad porteña.
Mauricio Macri es el primer presidente de derecha llegado merced al voto popular. La derecha argentina no está habituada a esos trances: nunca afrontó el desafío de transmitir el poder en caso de derrota electoral. Jamás lo hizo de buenos modos, en otros escenarios.
Los ex presidentes peronistas Carlos Menem y Cristina Fernández de Kirchner se retiraron en paz y en tiempo. Las rencorosas discusiones acerca de la entrega del bastón presidencial no solo distorsionan cómo lo explica CFK sino que obturan esa referencia esencial.
Preocupa imaginar (o padecer) qué o cuánto está dispuesto a hacer el Gobierno que enaltece la justicia por mano propia y el asesinato por la espalda si se ve en peligro de ser desplazado. Hasta qué punto está dispuesto a retirarse de la mesa sin patearla y tirar del mantel.
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